samedi, janvier 21, 2006

INVIDIA


Resulta exquisitamente envidiable pensar en esos terminos el final de lo que ahora se está fraguando. Pensar que de otra forma no se habría producido, pensar que de no ser por aquel exquisito placer que produce la imaginería cuando está bañada de la envidia que impulsa el acto. Que transforma la potencialidad de algo en en verbo, en acción jamás habría aquello sido posible.

Como aquel hombre del que comentaba al inicio, que tomó su cuerpo y lo movió tras un sueño, una meta. Impulso generado por ese placer prohibido de la envidia. Por el desear algo que no se tiene y que seguramente otro tiene...

Aparece entonces el deseo, las ganas, que se validan a si mismas agregando en el alma humano un elemento que no trae por naturaleza. El afán que impulsa la superación. De no ser por la envidia, según cuenta Lierce, todos nos habriamos extinto en un mar de cuerpos resumantes de nada. No habria razón para actuar, para ejecutar ninguna de las potencialidades que encerramos de forma sublime en nuestro interior.

Cuan hermosa es la sensación de triunfo que genera el logro de una meta, una meta que tiene su origen en esa sensación de envidia. El pecado debería estar bendito pues es lo que mueve, en ese caso, al hombre, en la busqueda de sus deseos. Se hacer cargo de esa envidia de manera sana, o se hunde en el desprecio de los logros ajenos. Escoje, la elección es lo que importa, que hacer con el sentimiento, hacerce cargo de el, o degradarle en una simple angustia o rechazo.

Vale la pena realmente sumergirse en esa envidia enfermiza y contestataria del rebelde sin causa? No será mejor tomar en las propias manos una causa y hacerla propia... tomar un fin, tomar un destino, y trabajar para hacerlo?

Demasiada divagación, no hay tema ni orden, envidio a quienes lo tienen, trabajaré para tenerlo yo también...

2 commentaires:

Anonyme a dit…

No es bendito el pecado, sino quienes tienen la fortaleza para crear y saborear sus metas sin caer en él...

André a dit…

Notable final, jaja